jueves, 19 de enero de 2012

UNA CARTA DE AMOR... ESPECIAL


San Antonio, Puerto Rico, abril de 1972

Querida Clara:

Ha pasado mucho tiempo desde aquél día de tu partida. La distancia socavó mi corazón, envejeciéndolo con más efecto que el producido naturalmente por el paso de los años.

Aún recuerdo aquella calurosa tarde en la plazoleta de nuestra ciudad en la cual me anunciaste tu decisión, la de abandonar todos los momentos de felicidad y de apasionado amor que compartimos, por el solo hecho de haber conocido a un hombre que te ofreció una vida repleta de lujos y placeres que yo no era capaz de darte.

"El amor puede llenar nuestros corazones pero no nuestros bolsillos" dijiste con tono duro y gestos serenos; pensabas que con esa actitud me convencerías de esas palabras, pero los ojos, fiel reflejo de los sentimientos, indicaban que las mismas brotaron falsamente, sin convicciones.

Luego, te levantaste del asiento (el mismo que fue testigo de tantos gratos momentos y, a su vez, testigo de nuestros proyectos de vida juntos) y en silencio te alejaste con paso firme sin mirar hacia atrás; pero observé que inclinaste la cabeza como fiel demostración de tu llanto, de tu arrepentimiento.

Sufrí mucho, no solo por la separación sino por ti, por tu desacertada decisión. Estabas segura de que no lo amabas, y a eso el destino lo castiga provocando que los días, los meses, los años, se conviertan en un martirio creciente.

Te escribo esta carta, y pretendo enviártela pero no por algún medio tradicional, sino que partirá en el interior de una botella, la cual arrojaré al mar que me separa de ti. Pero no escogí cualquier botella. Es la misma que tantas veces bebimos juntos, ya sea en mi casa o en la playa observando las estrellas. Siempre te llamó la atención su graciosa forma y su vistosa etiqueta verde con motivos rojos, que te transportaban en el tiempo a la niñez, y visualizabas ese árbol de navidad que tus abuelos armaban con mucho cariño, para colocarlo luego en el centro del comedor. Tú admirabas el empeño puesto por ambos, la manera de distribuir aquellas esferas rojas por todo su cuerpo verde intenso, dotándolo de vida, al igual que esta simple botella.

El viento la acariciará en su trayecto, como lo hicieron mis labios sobre los tuyos.

La lluvia la cubrirá con gotas, como las lágrimas sobre mi rostro, al enterarme de tu decisión.

Las olas la mecerán del mismo modo que yo lo hacía con tu cuerpo, al tomarte entre mis brazos y jugar como niños.

Los peces la seguirán con la mirada, como lo hacía la gente al vernos pasar, pues nunca nos avergonzamos en demostrar nuestro cariño.

Seguramente, en cuanto la veas acercarse desde el horizonte hasta tu playa, retornen a tu memoria todos nuestros gratos momentos, nuestra pasión, nuestro amor, y corras sin detenerte, mojándote los pies para acudir a su encuentro y descubrir su contenido: esta carta.

O quizás, la veas pasar como una botella más, sin detenerte en su forma y en su colorida etiqueta, lo cual indicará que ya no almacenas más recuerdos de mí. Entonces, continuará su viaje hasta que otras manos, otros ojos, lean estas palabras y descubrirán que alguien, al otro lado del mar, está sufriendo de amor por una mujer que ya no vale la pena.

Enteramente tuyo,

Frank