miércoles, 30 de marzo de 2011

LA HORA


Miro nuevamente el reloj que cuelga en la pared: diez minutos para la medianoche. Los últimos diez minutos que corresponden a la edad de treinta años. En diez minutos, cumpliré treinta y uno. Al fin, dejaré atrás esa incertidumbre y, porque no, miedo, ese terrible sentimiento que me generó aquella gitana que crucé una vez en la plazoleta de la ciudad. Esa misteriosa mujer me profetizó que moriría a los treinta años. Todo ocurrió hace mucho, cuando era un niño, pero aquella sentencia me acosó permanentemente, ocasionándole un estado depresivo en cada cumpleaños al presentir mi muerte cada vez más cerca. ¡Qué idiotez!
Faltan cinco minutos. Siento que mi corazón bailotea con fuerza queriéndose escapar de la caja toráxica. El tic-tac del ritmo parece el preparativo de un pelotón de fusilamiento (Creo que hasta estoy delirando).
Mi novia siempre se preocupó por esa actitud. Tantas veces discutimos, al punto tal de permanecer incomunicados varios días. Pero me ama, sé que me ama, motivo suficiente para perdonarme en esta febril obsesión.
Once y cincuenta y nueve. Un minuto para revelar el misterio. Ya me reiré de este absurdo comportamiento y de la misteriosa pitonisa que arruinó mis últimos años. Cincuenta y ocho, cincuenta y nueve. . . ¡Las doce! Venció el plazo y gané la batalla. Voy a celebrar. Una botella. . . no, mejor la cerveza que tengo en la heladera, es especial para esta ocasión. Ahora sí: ¡A mi salud! La bebo de un trago, y el alcohol me produce cierto aturdimiento. Me despojo de la ropa y me tiendo sobre la cama. Al fin estoy relajado, tantos nervios, tantas angustias, tanto sueño. . . tanto sueño. . . tanto sueño. . .
Las luces de las linternas de los bomberos iluminan la habitación. Su novia, quien ingresa por detrás, grita al descubrir el cuerpo sin vida con signos de descomposición, tendido sobre la cama. Uno de los bomberos descubre el reloj en la pared y lo compara con el de su muñeca: aquél atrasa media hora. Luego, toma con delicadeza a la mujer del brazo y la acompaña hasta la puerta mientras su compañero se comunica por radio a la estación central para informar del hallazgo y aguardar a los peritos policiales quienes intentarían resolver el caso.