miércoles, 21 de septiembre de 2011

Premio "30 años diario Hoy", Canelones, Uruguay



Premio: Mención categoría cuento












LOS COBARDES


La luna refleja una fantasmal luminosidad sobre la hoja del cuchillo. Desafiante, su portador Adelmo Gutiérrez, aguarda la acometida del contrincante, quien acomoda el poncho en uno de sus brazos.
- ¡Vamos maula! ¡Hacéte el gallito ahora!
- ¡Sos tan corajudo con la boca, a ver si también lo sos con el facón! – le responde el adversario, Giácomo Puricelli; un italiano que se acomodó de inmediato al malandraje de los suburbios bonaerenses.
Ambos permanecen expectantes, para ver quién efectúa la primera movida. Horas antes, Adelmo estaba en el bar compartiendo unas copas con Giselle, una falsa rubia que sobrevivió por los favores que les entregaba a los clientes del lugar. Fueron tantas las veces que Adelmo acudió a ese lugar para visitarla que la consideraba de su propiedad. Como su fama de persona con mal carácter y habilidad con el cuchillo eran cosas bien sabidas en toda la Boca, en cuanto aparecía en el umbral del bar todos se alejaban de Giselle para no tener inconvenientes. Incluso el comisario quiso ponerlo entre rejas cuando mató de un certero tajo a un forastero que lo enfrentó en cierta ocasión, pero debió dejarlo en libertad a cambio de su silencio, pues él también solicitaba de tanto en tanto los favores de la mujer y no era conveniente que las autoridades se enteraran del asunto. Por eso las noches en que Adelmo se acercaba para visitar a su supuesta novia impartía las órdenes para que el vigilante de la cuadra desapareciera de la zona.
Adelmo inicia el combate. Dibuja círculos en el aire con la hoja reluciente a medida que se acerca hasta el cuerpo de Giácomo, quien elude los movimientos. Éste, con el poncho detiene el cuchillo y lanza una estocada que no llega a destino.
- ¡Porca miseria! ¡Voy a mandarte al mismísimo inferno! – le grita en un acento italiano deformado por los años de vivir rodeado de porteños de clase baja.
- ¡Vení que te espero, tanito agrandao!
Minutos antes, un conjunto de músicos intentaba reproducir las notas de La Cumparsta para que los clientes sacaran a bailar a las muchachas. Giselle sintió el tironeo en el brazo que le propinó el malevo para arrastrarla hasta el medio de la pista; es que ambos bebieron demasiado por eso no eran totalmente conscientes de sus actos. En un rincón, el italiano acompañaba la música golpeando sus palmas sobre la mesa. La botella de vino prácticamente estaba vacía, por lo que pegaba pequeños saltos con cada golpe.
Adelmo intentó besar a su compañera pero ésta, aturdida por el alcohol, le propinó una bofetada que se escuchó en todo el salón. Los músicos detuvieron la música y las miradas se centraron en la pareja. Él, acarició la mejilla y la sintió caliente, imaginándosela morada, el golpe fue fuerte y para peor demasiado ruidoso. Con un rápido movimiento, extrajo el cuchillo de la cintura y se lo hundió en el cuerpo de la mujer, quien lo miró a los ojos buscando perdón por lo que había hecho, pero era demasiado tarde; se desplomó para llegar sin vida al entablonado de la pista. Una mancha de sangre comenzó a teñir el vestido. Giácomo se levantó y de un salto llegó hasta el cuerpo de la mujer. Desafiante, miró al asesino y lo increpó para salir a la calle y resolver el asunto entre hombres. . .
- ¡Dale tanito! ¡A ver qué sabés hacer con ese cuchillito!
- ¡Cobarde! ¡Nadie mata a una mujer en mi presencia! ¡Eso es de cobardes, no de hombres!
- ¡Yo mato a quien sea y donde sea, y con más razón si no me sirve más! A ésa ya la pensaba cambiar, me tenía cansado. Pero se pasó de la raya.
- ¡Cobarde! - le vuelve a gritar y acomete otra vez, pero Adelmo lo esquiva y acierta en el costado del italiano, que retrocede tambaleándose. No es una herida profunda pero lo hace sangrar.
- ¿Ves? ¡Ya te tengo, maula! ¿Creías que podías conmigo?
- ¡Perro sarnoso! - responde Giácomo, dolorido pero con el coraje intacto.
La puerta del bar está abierta y cubierta de curiosos; todos observan pero no se entrometen. La luna es la única que parece acompañarlos con su luz haciendo brillar las hojas que revolotean por el aire. Adelmo se siente triunfador una vez más. ¡Cuántos cuerpos quedaron tendidos en el suelo gracias a su habilidad! Pero siempre se trataron de hombres, Giselle es la primera mujer que cae muerta por sus propias manos. Por eso, avanza decidido sobre un tambaleante adversario y estira el brazo que pasa por debajo de la axila de Giácomo, quien aprovecha el contacto de los cuerpos para clavar el cuchillo en el corazón del malevo. Permanecen unos instantes así, de pie y abrazados manteniendo en vilo al resto por el desenlace de la contienda. Adelmo cae con la boca cubierta de sangre caliente, tan caliente como su carácter y su estupidez.
El italiano limpia el cuchillo con la camisa del difunto y lo guarda nuevamente en la cintura. Ingresa al bar y pone unas monedas sobre la mesa por la botella que bebió y se retira en silencio. El silbato de la policía resuena entre la penumbra de la cuadra, hasta que aparece un carro con varias personas. El comisario desciende e imparte las órdenes para que carguen el cuerpo sin vida de la calle. Respira aliviado, ya nadie puede acusarlo. Ingresa al bar y se arrodilla ante Giselle. Quiere llorar, pero no puede. Tampoco hace preguntas, pues imagina lo sucedido. La luna, comienza a ocultarse tras una nube pues la función llegó a su fin.