martes, 26 de agosto de 2014

Este cuento relata los hechos acaecidos en un país cualquiera del continente, en un año cualquiera del siglo XXI. Y cualquier semejanza con la realidad, es pura coincidencia...



LOS DERECHOS INHUMANOS


En la República Latinoamericana todo era “paz y amor”, como solían expresar los líderes gubernamentales, los representantes religiosos y aquellos que aún mantenían las costumbres de la era psicodélica de los sesenta. Los habitantes se casaban, tenían hijos que educaban cultural y moralmente, trabajaban, practicaban deportes y los domingos asistían a los templos del culto que practicaban. Cada tanto, alguno de ellos se descarriaba y cometía algún delito; por eso existían leyes rígidas y estrictas por las cuales eran condenados –previo juicio- a una cantidad de años de prisión según la severidad del daño producido. Las condenas siempre se cumplían salvo en algunos casos aislados en donde el condenado demostraba su arrepentimiento a través de una buena conducta o con trabajos para la comunidad, por eso se les recortaba la cantidad de años de encierro y salía antes de lo indicado en la pena inicial.

Los delitos crecieron un porcentaje apreciable por lo cual se multiplicó la cantidad de presos. Los oficiales de la ley y los guardia cárceles  sintieron la ficticia libertad en el trato hacia ellos, y como las autoridades eran permisivas comenzaron los casos de maltrato físico y psicológico, hostigamiento e incluso, el abuso sexual. Para salvaguardar la integridad de todas las personas, el gobierno de la república Latinoamericana modificó las leyes alineándose en los llamados “Derechos Humanos” que se habían implementado años atrás en otros continentes, a fin de proteger a los hombres y mujeres de los castigos por luchas raciales o religiosas, y amparar a los refugiados de guerras civiles o entre países supuestamente hermanos.

En la República Latinoamericana, junto a crecimiento demográfico, creció el número de abogados, y por ende el de jueces quienes modificaron una y otra vez las leyes a favor de esos “derechos humanos” a punto tal, que ya no quedó ni siquiera un artículo original. Así… comenzó todo.

Apareció una ley de indulto general para muchos condenados. No importó el delito que habían cometido, simplemente se les permitió recuperar los derechos perdidos. Pero, una vez afuera, el ladrón volvió a robar, el asesino volvió a matar, y el abusador sexual prosiguió con su aberrante práctica. De todos modos, seguían amparados por la Ley del Indulto. Se abrieron muchas causas nuevas pero todas permanecieron bajo un eterno estudio.

Como aumentó la cantidad de abogados, creció la competencia. Por eso, en los juicios se cambió la “aplicación de las leyes” por la “interpretación de los artículos”, con lo cual una ley podía interpretarse de muchas maneras incluso combinándolas con otras y el acusado recuperaba la libertad sin inconvenientes.

La crisis económica se apoderó del país y muchos hombres perdieron su empleo, la gran mayoría se dedicó a delinquir. Al hacerlo, sentían una libertad total por eso empleaban métodos cada vez más violentos. Pero los efectivos policiales estaban limitados en sus funciones. Si los atrapaban tenían la obligación de encerrarlos en celdas hasta que llegase su abogado; éste llenaba un formulario, se originaba una causa y de inmediato el delincuente recuperaba la libertad. Al siguiente ilícito se animaba a matar a la víctima, si lo atrapaban concurría a un juicio pero nuevamente era puesto en libertad sin inconvenientes.

Los robos crecían y crecían; un comerciante inauguraba su negocio y esa misma noche era víctima de un asalto. Luego lo visitaban con frecuencia para quitarle la recaudación. Si eran capturados, se devolvían a la sociedad de inmediato, para no provocarles un trauma al verse encerrados mucho tiempo en una celda.

Pero sucedió que uno de esos comerciantes se hartó y con un arma logró herir a uno de los ladrones. Por supuesto, el comerciante también fue detenido ante el pedido de los familiares del herido. De todos modos un abogado logró que le otorgaran la libertad a cambio de una importante indemnización a los familiares del ladrón, y el comercio no se volvió a abrir por temor a repetir el acontecimiento.

Como crecía la población, también crecía la cantidad de vehículos. Un joven salió de una fiesta bastante alcoholizado y chocó su vehículo contra otro en donde viajaba una familia completa que murió en el acto. El abogado del joven demostró que era la primera vez que su cliente conducía beodo por eso quedar libre, ya que mató a la familia sin el uso de sus facultades intactas, es decir, no sabía lo que había hecho. La famosa interpretación de las leyes del momento.

A raíz de eso, la gente comenzó a beber a discreción durante las reuniones. Por las noches, las calles se convirtieron en un caos de vehículos chocados entre sí o contra los árboles, personas atropelladas en las esquinas y vidrieras destrozadas. Todos, recuperaban la libertas, y continuaban conduciendo sus vehículos.

Los robos sucedían a cualquier hora. Un ladrón robaba todos los negocios de una esquina a la otra en tanto que su cómplice efectuaba el mismo trabajo en la vereda del frente. Algunos comerciantes se sentaban a esperarlos resignados, en tanto otros –más aguerridos- los aguardaban atrincherados tras el mostrador con un rifle en la mano. Cada tanto herían alguno pero luego las represalias eran peores.

Las alarmas dejaron de venderse pues resultaron inútiles. Bandas de forajidos elegían una casa y arremetían contra la misma derribando puertas y ventanas, cargaban todo lo que podían e ingresaban a la casa vecina por un mayor botín. Los ciudadanos se hartaron y comenzaron a adquirir armas. Las calles de los barrios se llenaron de impresionantes balaceras.

Los gobernantes del País Latinoamericano no tomaban medidas drásticas pues no querían perder a su electorado. Distraían la atención del público con espectáculos gratuitos (en donde abundaban los carteristas y vendedores de estimulantes), acontecimientos deportivos (las cámaras televisivas tenían prohibido enfocar los enfrentamientos entre las hinchadas) o mostrar sus viajes al exterior para mostrar su solidaridad en conflictos externos. Aquí… no pasaba nada. Miles de ciudadanos marcharon al extranjero en busca de paz, a costa de perder lo poco que les quedaba.

Pero llegó el día en que los ladrones ya no tenían a quien robar, y comenzaron a quitarles cosas a otros ladrones. Los violadores empezaron a violar las hijas, madres o esposas de otros violadores, los asesinos asesinaban a otros asesinos hasta matarse entre sí, y las calles se tornaron intransitables por el desorden general. Los abogados se quedaron sin trabajo pues ni siquiera existían las detenciones, y mucho menos los juicios. Por eso, los jueces también perdieron sus puestos.

Los gobernantes que quedaban (pues aquellos que aún tenían cordura partieron al exilio) debieron dejar su puesto.

Un hombre decidió tomar las rindas del asunto, y emplear mano dura contra la situación reinante, de manera implacable.


Todo comenzó desde cero. Las leyes fueron anuladas, pues los cientos de volúmenes de códigos, normas, decretos y resoluciones se incineraron. El nuevo Presidente tomó entonces el primer libro de leyes de la Historia: una Biblia. Desde ese día, comenzaron a implementarse los Diez Mandamientos establecidos por Dios. Una nueva era comenzaría.