jueves, 24 de noviembre de 2011

CONFESIONES




Porque estás ensamblada a mi corazón

y tu imagen de ángel ocupa los pensamientos,

es que te idolatro, amada mía,

como los prelados hacia el fuego sagrado

o las mieses al candente sol.

Porque tus caricias encienden en mí el fuego

de una pasión incontrolable

que luego sosiegas con un almibarado beso

que acepto rendido a tu vitalidad,

hasta quedar sumiso a los encantos

de tanta belleza reunida en un solo cuerpo.

Si las sirenas exclamaran tu nombre…

¡Cómo me arrojaría a las profundidades del Egeo!

¡O si las crueles huestes de Atila

te tuvieran prisionera!

No dudaría en retarlas sin miedo a morir… por ti.

Es así que te observo y me siento dichoso

de poseer tan preciado tesoro

y quizás, sin darme cuenta, me vuelva arrogante

pero no me importa.

Simplemente… te amo.

viernes, 18 de noviembre de 2011

A PESAR DE TODO, LA HISTORIA SE REPITE


AYER

Al tío Francisco le gusta llevarme con él al banco. Dice que lo hace porque lo disfruta, porque aprovecha la ocasión para sacarme a pasear, pero yo creo que lo hace para torturarme. Hay cosas que me llaman la atención, como esa enorme fila de hombres de traje que miran el reloj con fastidio a cada rato; o esta otra repleta de ancianos y ancianas que apenas pueden resistir la espera. Y son imágenes que se repiten todos los meses.
El tío me trae con él para cobrar su jubilación, y después me lleva hasta la heladería en donde me compra un enorme helado de vainilla y chocolate. Por eso soporto este martirio, porque al final la recompensa vale la pena.
Como mamá y papá trabajan todo le día reparto mi tiempo entre la casa de los abuelos y la del tío Francisco; eso cuando estoy de vacaciones porque en época de clases mi tía Elvira pasa por la puerta de la escuela en el horario de salida y me lleva a su casa en donde hago los deberes, tomo la merienda y miro un rato la televisión hasta que papá pasa a buscarme. Ya pasé a cuarto grado sin problemas porque me gusta la escuela a pesar de que mis compañeros me vean como un “bicho raro”.
Pero sigo sin comprender porqué todos vienen temprano para hacer la fila en el banco. Tampoco entiendo a los señores que atienden del otro lado del mostrador. Los veo muy tranquilos, conversando entre ellos a pesar de que hay mucha gente que está apurada… o eso parecen ¿De qué hablarán? ¿Por qué no empiezan a atender más temprano si ya están ubicados en sus lugares antes de que el reloj indique las diez? Muchas veces se lo pregunté al tío pero él tampoco lo sabe. Tiene muchos años, no me acuerdo cuántos pero son muchos, y sabe de todo… menos este tema de las filas. Me hacen acordar a la salida de la escuela cuando izamos la bandera; uno atrás del otro, los más pequeños adelante y los gigantes al fondo. Pero acá son filas desparejas y sería mucho lío ordenarlos como lo hacen con nosotros.
Algunas mujeres llevan chicos más pequeños que yo. Se ponen nerviosos y comienzan a llorar, por lo que sus madres los tironean del brazo para que se callen, lo cual dura poco hasta que vuelven con los gritos. Eso tampoco lo entiendo. ¿Será que no los llevan a la heladería como a mí cuando salen de acá? El tío tendría que hablar con ellas para explicarles lo que deberían hacer. Y esos señores de traje y maletín que miran a cada rato la hora… Si están apurados… ¿Por qué no vienen otro día? Pero yo aguanto, porque dentro de un rato voy a devorarme un rico helado de chocolate y vainilla.

HOY

¡Si el tío Francisco me viera! Tantas veces protesté porque me traía al banco siendo yo muy pequeño, y sin embargo sigo esclavizado a esta rutina. Apenas tengo una hora para realizar el trámite, pagar la cuanta, salir disparando hacia la puerta, subir a mi coche y acudir raudamente al trabajo. Todos los meses lo mismo. Aquella fila de ancianos que aguardan el cobro de su jubilación no se modificó en nada respecto de aquella que hacíamos con el tío. ¡Qué helados nos comíamos a la salida del banco! Son situaciones que han quedado muy atrás en el tiempo; hoy ya no dispongo de esos minutos libres, las obligaciones laborales son tan absorbentes que nos convierten en máquinas sincronizadas para realizar todo de manera mecánica.
¡Y esas mujeres! Traen a sus llorosos hijos, pequeñas e insoportables criaturas que escapan de sus manos y corretean entre la gente ¿Habré sido igual a ellos? Tal vez no conocen la terapia que empleó el tío Francisco conmigo, cuando a la salida me llevaba a tomar ese enorme helado de vainilla y chocolate (la heladería no existe más, hoy su lugar lo ocupa una lavandería).
Ya pasó media hora y apenas atendieron a un par de personas… ¡Y cómo no! Si se la pasan conversando quien sabe de qué cosas en lugar de acelerar los trámites. La fila se hace interminable atrás mío ¡Por suerte vine temprano! Lo lamentable es que hoy es el único día en el que puedo disponer de un lapso de tiempo, sino vendría en otro momento, cuando no hubiese tanta gente. Y aquellos ancianos que siguen aguardando el turno, soportando horas y horas de espera. . . deberían ser más considerados con ellos. Ya pasaron cuarenta y cinco minutos y aún sigo aquí. . .

MAÑANA

¡Qué hermoso día! No me costó en absoluto madrugar, si total lo hago a diario. Los mates de mi mujer estuvieron excelentes como siempre, con poca azúcar (el médico no me lo permite) y el agregado de unos panqueques con la mermelada de durazno que elabora con sus manos… ¡cada vez le salen mejor!
La fila es extensa pero se aprovecha, porque me encuentro con viejos amigos con los cuales nos vemos una vez al mes para cobrar la jubilación. ¡De cuántas cosas nos acordamos! A pesar de la edad somos los más pacíficos pues siempre comentamos de los pequeños sabandijas que traen las madres al banco, pensando que van a portarse bien ¡Qué va! ¡Si son imposibles de quedarse quietos! Incluso, con el paso de los minutos empeoran su comportamiento. Y eso que tengo nietos pero por suerte no son como ellos. Se la pasan correteando por todo el banco, las pobres madres deben abandonar la fila para perseguirlos, atraparlos de una oreja y regresarlos con ellas a su lugar. Ya no tengo recuerdos de cómo me portaba cuando el tío Francisco me traía, pero el detalle que no olvidaré jamás es ese suculento helado de chocolate y vainilla que me compraba. Todavía sigo pidiendo esos gustos y cada vez que saboreo uno de ellos me acuerdo de él ¡Y pensar que ahora estoy ocupando su lugar en la fila!
Cuando traigo a mi nietito Abel, en escasas ocasiones, lo llevo hasta la heladería de la otra cuadra y le compro uno como lo hacía mi tío. La zona cambió mucho, y la heladería que existía cuando era un niño cerró para convertirse creo que en una lavandería, luego la demolieron para construir un supermercado. Estos, los de la otra cuadra, no son tan ricos pero no hay para elegir.
Aquél hombre inquieto que mira constantemente la hora se parece a mí. Tantas veces he venido a realizar trámites interminables, ansioso por regresar al trabajo que no alcancé a disfrutar de las pequeñas cosas como ésta, la de reencontrarme con mis amistades de siempre. Tal vez en aquella época los tenía cerca en la fila pero la impaciencia me cegaba de tal manera que no los veía. O quizás sí, pero me hacía el distraído para que no se acercaran a conversar y yo perdiese otro montón de minutos.
¡Allí viene mi compadre Alberto! Hace meses que no lo veía, desde que se jubiló como empleado de este banco. Antes, cuando nos atendía del otro lado del mostrador, al principio no lo saludaba pues lo culpé muchas veces por haberme hecho perder tiempo, sobre todo porque se ponía a charlar con los clientes que atendía, hasta que un día sin darnos cuenta estuvimos conversando unos minutos mientras me sellaba los papeles. Las charlas se sucedieron y comenzamos una amistad que perdura hasta el día de hoy. Antes, rezongaba por muchas cosas, hasta que un día comprendí…

- ¡Alberto! ¡Qué tal! ¿Cómo va la vida?