DESPEDIDA
“Alfonsina acompañaba a Horacio Quiroga al cine, a las tertulias, y a escuchar música. Frecuentemente viajaron a Montevideo y se tomaron fotografías donde aparecen alegres. Esta relación finaliza en 1927, cuando el escritor conoce a María Elena Bravo y contrae su segundo matrimonio. . . “
(Wikipedia, enciclopedia virtual)
Las luces de la ciudad de Buenos Aires desaparecen sobre el horizonte hasta convertirse en un minúsculo punto en el espacio. Alfonsina recibe la brisa salada en su rostro la cual le trae recuerdos de la niñez. Apoyada en la baranda del barco que la traslada hasta Montevideo, se sumerge en sus pensamientos y en sus sueños.
Horacio se acerca lentamente a sus espaldas con paso firme para que ella no se sorprenda. Una vez a su lado, acaricia uno de los rizos dorados del cabello de la mujer, esas ondas sensuales que lo impactaron desde aquél primer día en que se conocieron, varios años atrás. Con lentitud baja su brazo hasta llegar al hombro.
- Hace frío - le susurra al oído - deberíamos entrar.
- Aún no. Estoy escuchando la melodía ¿La sientes?
Él cree entender a qué se refiere. Eleva su cabeza y cierra los ojos.
- Si, la oigo. Es bellísima.
- Esas olas, ese murmullo adormecedor. . . siempre me gustaron, desde que era una niña. Recuerdo que mi madre me relataba historias por las noches durante el viaje de regreso desde Suiza. A veces me levantaba escondida para espiar por la ventana el movimiento acompasado de las olas que acariciaban a nuestro barco, y la música, esa música que parecía provenir de las misteriosas sirenas. . .
Se quedan un rato en silencio. Luego se colocan uno frente al otro, acercando los rostros. Alfonsina entreabre su boca a la espera de un beso, igual a esos besos apasionados que en muchas oportunidades se entregaron con fervor. Pero éste no llega; Horacio mantiene una postura firme por primera vez. Ella sabe el motivo. Al no lograr el cometido giran y quedan nuevamente de frente hacia el mar.
- Me gustan los poemas de tu último libro – exclama Horacio.
- Gracias. Como siempre, son un reflejo de mis pensamientos y de mi alma.
- Lo sé. Por eso me gustan.
Retornan al silencio. Horacio siente la necesidad de decir algo, pero no puede. Con un gesto nervioso, acomoda primero su engominado pelo y luego la corbata hasta que toma suficientes fuerzas.
- Estuve en casa de María Elena
- Lo imaginé – exclama ella.
- Conversé con su padre. El año que viene será el compromiso.
El cuerpo de la escritora se estremece. Está al tanto de la situación, pero de todos modos esa frase se introduce en su corazón como un puñal de hielo, igual a esas estalactitas de las cavernas que caen por peso propio hasta hundirse en las profundidades de sus lagos internos salpicando agua, cristales y muerte. Intenta recomponerse.
- Entonces, este será nuestro último viaje.
Horacio no habla; el silencio remplaza a una respuesta obvia que no entrega para evitar que se produzca una mayor herida en el corazón de su amada.
La luna asoma su cara detrás de una nube que la mantuvo escondida hasta ese entonces, lanzando su luminosidad sobre el cabello corto de Alfonsina, imprimiéndole un color bronce que intensifica su belleza. Él, embelezado por la imagen que se presenta ante sus ojos siente un irresistible impulso para besarla pero se detiene. No lo cree conveniente.
- ¿Estás enamorado de ella?
- Sabes bien que mi corazón lo ocupas tú. Pero también comprendes que nuestra relación no puede avanzar más allá de los paseos, de las escapadas al Uruguay, o de los conciertos de cámara en donde interpretan a nuestro admirado Wagner. No corresponde, pues la gente no nos perdonaría jamás.
- No sé, tal vez en unos años, la mujer sea valorada por lo que piensa, lo que hace, lo que es en realidad.
- Sigues con eso. ¿No entiendes que intentas en vano cambiar la idiosincrasia de nuestra sociedad? ¿Crees que en realidad vale la pena tu esfuerzo?
- El tiempo me juzgará, pero estoy convencida de que hago lo correcto.
Intentó responder pero se contuvo. Muchas veces discutieron por ese tema pero hoy no era el momento propicio.
- ¿Qué haremos al arribar a Montevideo? - pregunta ella para desviar el curso de la conversación.
- Pues visitaremos a nuestros amigos, luego asistiremos a una interesante tertulia en la casa del doctor Barrales y mañana regresaríamos cerca del medio día.
- Perfecto. Itinerario adecuado para una despedida.
El hombre no quiere responderle. Toma las delicadas manos de la escritora y mantiene sobre las mismas su vista por un instante. Luego, le pregunta:
- Voy al camarote ¿Me acompañas?
- En unos minutos. Déjame escuchar otro poco a las sirenas, quiero saber qué nuevos secretos tienen para contarme.
Horacio le entrega un beso en la mejilla y regresa al interior del barco. Alfonsina, de nuevo sola en la cubierta, deja escapar una fina y brillante lágrima que se desliza por su rostro, a la cual acompañan otras más. La luna, testigo de todo, le regala sus últimos destellos blanquecinos antes de regresar al escondite, detrás de la misma nube; quizás también con algo de tristeza.