Porque estás ensamblada a mi corazón
y tu imagen de ángel ocupa los pensamientos,
es que te idolatro, amada mía,
como los prelados hacia el fuego sagrado
o las mieses al candente sol.
Porque tus caricias encienden en mí el fuego
de una pasión incontrolable
que luego sosiegas con un almibarado beso
que acepto rendido a tu vitalidad,
hasta quedar sumiso a los encantos
de tanta belleza reunida en un solo cuerpo.
Si las sirenas exclamaran tu nombre…
¡Cómo me arrojaría a las profundidades del Egeo!
¡O si las crueles huestes de Atila
te tuvieran prisionera!
No dudaría en retarlas sin miedo a morir… por ti.
Es así que te observo y me siento dichoso
de poseer tan preciado tesoro
y quizás, sin darme cuenta, me vuelva arrogante
pero no me importa.
Simplemente… te amo.
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